La arquitectura, la escultura, cualquier tipo de artesanía –desde la laca a la cerámica, desde los textiles a la forja–, el manga, por supuesto la pintura, e incluso la caligrafía: en Japón, son todos ellos siervos de lo visual. Hoy, las artes plásticas niponas despiertan la misma fascinación en el turista, de ojos como platos, que suscitaban en los primeros misioneros portugueses. Aquellos que descubrieron un mundo nuevo porque, a falta de entenderlo, primero lo vieron.

Oteemos, pues, el paisaje que se atisba tras la historia del arte japonés.

Caligrafia

El arte prehistórico japonés (14 000 a.C. – 552 d. C.)

Jomon se llamó la época prehistórica en Japón. Jomon como las «cuerdas gruesas» que imprimían motivos ornamentales en las vasijas de cerámica. Durante aquella primera época, los humanos moldearon sus propias figuras en forma de estatuillas dogu, vinculadas a los primeros rituales y creencias de grupo.

Después vinieron las campanas rituales de bronce dotaku, ya en la época Yayoi (ornamentos sencillos para una sociedad agraria), las haniwa (figuras de terracota) y los kofun, túmulos funerarios antiguos que darían nombre al último período antes de la unificación del país.

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La plástica en el Japón cortesano (552 – 1185)

Si algo definió la etapa formativa del arte japonés sería la proliferación de símbolos budistas llegados de la dinastía Tang. Ya en pleno reinado del emperador Shomu, entre 745 y 752, se construyó una de las piezas más espectaculares del mundo, enorme icono del país: el Daibutsu dentro del templo Todai-ji, el Gran Buda de Nara, cuyo carácter abigarrado y colosal habla de una opulencia venida de influencias foráneas (China, Corea, India y mundo islámico).

Fue también entonces el tiempo del Yamato-e, aquella pintura que plasmaba en rollos emaki, biombos y puertas fusuma la belleza más recóndita, suntuosa y decorativa del mundo natural. La aristocracia, avezada a las ideas budistas, encontraban en las artes plásticas la posibilidad de capturar vistas magníficas pero tan efímeras como todo lo es en el mundo terrenal. Nace así el mono no aware (emotividad melancólica) y empieza a tomar importancia el paso de las estaciones del año (juni hitoe).

Un artista destacado: Tosa Mitsunobu, pintor (1434 – 1525)

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El despertar artístico del samurái (1185 – 1603)

El período Kamakura, basado en el mandato de la clase militar, trajo consigo la expansión del zen y, a su vez, un nuevo canon, más austero y esencial, que tuvo su máxima expresión en la pintura aguada sumi-e y, no menos importante, la suibokuga. Son conocidos los gestos estéticos de la pintura zen: los paisajes monocromáticos, la importancia del vacío, la niebla, la sugestión de lo inefable… En definitiva, la supresión del ego para sumergirse en la Naturaleza Universal.

Por otra parte, la estatuaria japonesa consiguió algunos de sus mayores logros de la mano de la escuela Kei, escultores de los siglos XII y XIII que confirieron a las imágenes religiosas una gran espiritualidad y un realismo impactante. Representaban ropajes, manos y rostros (con ojos de cristal insertados) como nunca se había visto antes.

También fue la época de auge del castillo japonés, joyas de la arquitectura nipona diseñadas para ensalzar el poder de la clase guerrera. Un ejemplo de ello es el castillo de Azuchi, fortaleza de Oda Nobunaga, profundamente arraigado al lujo y la riqueza visual de épocas anteriores. Con Nobunaga, de hecho, entró en el país el primer arte nanban (piezas venidas de Occidente). Con él, nacería nuestra historia de fascinación visual mutua.

Un artista destacado: Unkei, escultor (1151 – 1223)

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Larga vida al shogun: un arte japonés urbano (1603 – 1868)

Con la llegada del período Edo, la escuela Kano convirtió su estilo colorido y de trazo intenso en el estandarte de la pintura oficial del sogunato y, tras la muerte de Tokugawa Ieyasu, pronto se convertiría en la más influyente de la historia del país. Coexistió junto con otros estilos, claro: la tradicional escuela Tosa, la escuela decorativa Rinpa, la Nanga, con influencia china, la escuela realista Shijo o la popular ukiyo-e.

El gobierno del shogun finalmente caería, pero bajo su reinado había surgido una clase mucho más discreta y poderosa: los chonin (habitantes de cuidad), cuyos integrantes se dedicaban al comercio y a la artesanía de las primeras grandes urbes. El ukiyo-e, «imágenes del mundo flotante», era para ellos. Representó primero vistas de los barrios de placer, escenas eróticas e instantáneas del teatro kabuki, luego incorporó flores o pájaros, escenas de guerra y leyendas.

El florecimiento de la vida urbana trajo consigo una nueva y variada gama de utensilios, incluyendo cerámicas, lacas e imágenes esculpidas en madera o marfil, como los inro o los netsuke. La vida era fugaz, por lo que había que volverla placentera: con las prendas kosode (una suerte de kimono), nació el diseño moderno de ropa japonesa.

Un artista destacado: Katsushika Hokusai, pintor (1760 – 1849)

Las revoluciones modernas en el arte: de la Restauración Meiji al día de hoy.

Si antes las escuelas gobernaban sobre la elección y desarrollo de los temas, con la restauración imperial Meiji no solo se abrió Japón al comercio internacional: también importó de los Occidentales una individualidad, un ego creativo necesario para hacer arte «valioso».

Akihabara

Así es que a partir de 1868 las antiguas corrientes estéticas pasaran a un segundo plano para dejar paso a los artistas, que expresaban su mundo interior y ampliaban el abanico de posibilidades estéticas. En un intercambio equivalente, los Occidentales quedaríamos prendados del arte tradicional japonés, que importaríamos sin pudor durante la fiebre del japonismo.

Entre la modernidad y la tradición, antes y después de las bombas atómicas… Resulta imposible trazar un estilo unitario para el arte japonés del siglo XX. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, muchos artistas se sumaron a las corrientes del arte contemporáneo, ya fuera mediante la creación de grupos independientes y/o un arte que comunicaba directamente con la vanguardia internacional.

Fue el caso del grupo Bokujinkai, de vanguardia caligráfica, o la escuela de Arte Grotesco (el eroguro), entre el surrealismo, el nihilismo y el realismo social, que venían directamente del existencialismo europeo. Hoy día, el marco unificador es una cultura de masas que ha propiciado las más diversas formas de manga, de anime y de fotografía. Unas corrientes artísticas en permanente contestación que se expanden como solo el arte plástico japonés sabe hacerlo.

Un artista destacado: Yayoi Kusama, artista de instalaciones (1929–)

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Habrás reparado en la parquedad de ejemplos concretos de la historia del arte plástico en Japón de este artículo. Ya sean en el ámbito de la pintura, escultura, arquitectura, caligrafía o fotografía, responden las ausencias a la brevedad impuesta por el formato. Para descubrir más sobre el arte plástico japonés, te recomiendo comprar el volumen V de Japón, el archipiélago de la cultura. En Amazon, lo encontrarás al mejor precio.

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Descubre Japón | Cultura: bajo el influjo de la estética

VOLUMEN V.I: ARTES PLÁSTICAS, CRISOL DE SENSIBILIDADES

La cultura japonesa es esencialmente visual. No es una cultura ideológica, sino sensorial. O diciéndolo al revés, carece de logos, de ideología: es una cultura estética. Parece misión imposible abarcar todo el espectro de manifestaciones artísticas que un país tan rico en lo visual nos ha legado a lo largo de milenios de tradición y cambio constante. Así es que este quinto volumen funcione como introducción, amplia pero rigurosa, a la inabarcable bóveda que es la historia y el estado del arte plástico en Japón.

Las bases teóricas las sentará Ricard Bru, con su introducción al minimalismo estético tan ligado al carácter nipón: lo pequeño, veremos, es hermoso. Lo seguirá un recorrido por las más espectaculares representantes artísticas de la tradición zen en el archipiélago, cuidadosamente curadas por Luis Racionero. Ricard Bru volverá con dos textos de espíritu compilatorio y didáctico: el primero, alrededor de toda la tradición pictórica, y el segundo retrocediendo sobre los pasos del japonismo y sus ecos no tan lejanos.

Javier Vives tendrá el privilegio de rematar su extensa lección sobre escultura con una entrevista a Etsuro Sotoo, jefe escultor de la Sagrada Familia. El trazo se materializará en el apartado dedicado a las mil caras de la caligrafía, que firma Noni Lazaga, y retomaremos el gesto (de leer) con Mike Hostench y Eduard Terrades, sobre la historia y la evolución del manga.

Faltarán por reseñar los nombres principales en la historia de la fotografía japonesa, tarea de Carolina Plou, las geometrías inverosímiles de la arquitectura, con un segundo texto de Javier Vives, y, por último, la exquisitez del diseño contemporáneo, con Teresa Pérez empuñando la pluma. Remata este complejo viaje un artículo, entre la reflexión y la enciclopedia, de Menene Gras Balaguer sobre las variaciones del arte contemporáneo japonés después de la Segunda Guerra Mundial.

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