Podrían ser montañas, que surgen oscuras y escarpadas sobre las nubes. Podrían ser islas en el mar, entre aguas arremolinadas. Quizás, quién sabe, se trate de una camada de cachorros de tigre siguiendo a su madre a través de un río. Todas ellas, interpretaciones válidas para un mismo jardín seco: lo reconocerán, hablamos del templo Ryoan-ji. En Occidente, tanta polisemia nos irritaría. En Japón, en cambio, sugerir lo es todo. Natural: ¿cómo crecer en un mundo de significados cerrados?

No es solo cuestión de insinuar: la estética del arte de composición japonés también ha bebido de la fugacidad inherente en los fenómenos naturales, que desde la impermanencia vuelve valiosos los gestos mínimos de la ceremonia del té, los tallos escogidos para cualquier ikebana o el crecimiento mudo de un bonsái

Daigo-ji-Kioto

El jardín clásico japonés

Las principales características del jardín japonés pueden deducirse de la parquedad en la evolución histórica del diseño de templos, santuarios y villas en Japón. Merece ser brevemente comentada.

Los orígenes del patio sintoísta

En los primeros tiempos del sintoísmo, se asentaban las casas de los dioses (kami) en espacios donde había algún árbol o roca insólito, que los hacían merecedores de ser morada divina. Allí se extendía una capa de grava y se delimitaba mediante cuerdas vegetales. Para indicar la condición sagrada del árbol o la roca, se le colocaba una soga con papeles blancos doblados en zigzag.

Estos primeros patios japoneses, como el del santuario Ise-jingu, son muy similares a los jardines secos de la tradición zen. Se sabe que, con el plus de algún estanque u otro parecido, este tipo de jardín estuvo muy de moda en la época de auge imperial del período Nara (hasta 794).

De la opulencia shinden al mejor jardín seco

La aristocracia Heian y las primeras escuelas budistas en Japón compartieron en jardinería una concepción extremadamente jocosa del espacio exterior: proliferaron los parques y villas shinden, que contaban con sinuosos caminos por donde pasear y, habitualmente, un gran estanque para dar paseos con bote. El recinto del Daikaku-ji y el el Byodo-in siguen esta estructura.

Kyoto-Gosho

Con la llegada al poder de samuráis y monjes zen, el período Kamakura vio como los jardines secos se convertían en el paradigma de la nueva cultura. Se considera que debemos al monje zen Muso Soseki una de las aportaciones más importantes de la jardinería japonesa: el jardín como medio para la meditación. Durante la época de gobierno samurái, reinaron los jardines planos, como el del templo Ryoan-ji o el patio de Daisen-in.

Ambos jardines eran espacios minimalistas que concentraban la energía necesaria para conectar con el estado de ánimo sereno (casi búdico) preponderante entre las élites.

Jardines: sin influencias de Occidente

El resto de la historia del jardín clásico japonés oscila entre los polos que vinieron formándose hasta el final del período Edo (1868): entre un tipo de jardín muy minimalista, diseñado explícitamente para acompañar la ceremonia del té, y los jardines de paseo, como el de Shugaku-in, auténticos parques para el disfrute feudal.

Desde finales del siglo XIX hasta 1950 hay muy pocas variaciones en la estructura del jardín japonés que merezcan mencionarse. Desde el período Showa hasta el día de hoy, sin embargo, destacaremos los nombres de tres grandes artistas que han creado tendencia, con el uso de nuevos materiales (como vidrio) en el arte del espacio exterior: Kenzo Tange (1913-2005), Kinsaku Nakane (1910-1995) y Masuno Shunmyo (1953-).

Daigo-ji-Kioto

En realidad, ¿qué es un bonsái?

Si nos ceñimos a la traducción literal de los kanji japoneses para bonsai, no vamos a obtener floritura alguna más allá de «árbol cultivado en una maceta». No obstante, sabemos que esta definición es demasiado superficial para entender el verdadero significado de un bonsái. Para ello, deberemos atendernos a la capacidad de sugestión, a aquella «parte por el todo» de la estética nipona en general. Del tallo al bosque, un bonsái nos permite sentirnos en armonía con la naturaleza.

No es tampoco «solo un árbol». Una composición de bonsái tendrá:

  • un contenedor (bandeja, lata, etc.)
  • un árbol o varios
  • piedras
  • plantas, musgo, etc.

Wabi-sabi o los beneficios de tener un bonsái

Es importante considerar que, desde una perspectiva sintoísta, los bonsáis poseen un kami, que reunirá algunos de los preceptos más relevantes de la filosofía japonesa.

Bonsai-II

Por un lado, la capacidad de observación y disfrute del paso del tiempo (tanto sobre el árbol como para las generaciones que lo cultivan). Por otro, nuestra participación humilde en la vida del árbol, desprendiéndonos de un egocentrismo incómodo y, claro, el reconocimiento de la perfección de la naturaleza, aun en su imperfección. Finalmente, también el bienestar de la simple contemplación tranquila de un pequeño árbol.

En términos de estética zen, un bonsái es el ejemplo perfecto de wabi-sabi, como vemos, de la belleza íntima en el paso del tiempo y en la imperfección de las cosas.

Tres maestros contemporáneos del bonsái

Solo las mejores manos pueden tallar obras tan silentes y conmovedoras:

  • Kyuzo Murata (1902-1991)
  • John Naka (1914-2004)
  • Saburo Kato (1915-2008)

El ikebana y la ceremonia del té. Arte clásico japonés.

El sugerente modelado del ikebana

El popular ikebana (traducido, «dar vida a las flores») es de las tradiciones más antiguas e incomprendidas de todo Japón. También conocido como kado camino de las flores»), su origen se remonta a las antiguas ofrendas florales a Buda, en China.

Con sus estrictas reglas, se materializó en el siglo XV como una de las tres artes clásicas japonesas, junto con la ceremonia del té (chado) y el arte de la apreciación del incienso (kodo). Aunque inicialmente era un arte exclusivo para hombres, hoy día se considera una enseñanza básica para toda mujer que deba casarse.

La ceremonia del té: rigor a tazas

Sería cómodo desatender el camino del té (chado), una de las principales artes compositivas de Japón, alegando su complejidad, pero es justamente su sencillez metódica la que la volvió tan importante para la evolución de la estética japonesa más genuina.

La persona que celebra esta ceremonia debe tener un amplio conocimiento, no solo sobre las diferentes formas de preparar té, sino también sobre cómo tratar los arreglos florales (chabana), quemar incienso (kodo), vestir el kimono (kitsuke), practicar caligrafía japonesa (sodo), exponer piedras-paisaje (suiseki), entre otros.

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En resumen, conocer la ceremonia del té significa dominar rigurosa y ampliamente la cultura y la historia de Japón. Y, sin embargo, la importancia del chadosigue radicando en su aparente simplicidad y perfecta imperfección. Los occidentales, definitivamente, no la vamos a entender nunca.

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Descubre Japón | Cultura: Bajo el influjo de la estética

VOLUMEN V.III: ARTE DE COMPOSICIÓN, MODELANDO LA NATURALEZA

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Un árbol no es solo lo que aparenta ser. Es una parte del universo que nace de la tierra, atraviesa el mundo de los hombres y toca el cielo. Monje budista anónimo. Quien haya participado alguna vez en los delicados ritos de la naturaleza domada nipona, corroborará que la sutilidad de todo el aparato estético y ceremonioso que a ella viene ligado bien merece una exploración teórica en profundidad.

A ello se dedicará el volumen siete de esta colección, gracias a las aportaciones detalladísimas de Javier Vives y el maestro José Manuel Blázquez. Vives, por su parte, atinará en su análisis del corazón del jardín japonés como juego de equilibrios constante entre la luz, sombra, disposición rítmica y vacío. Un artículo indispensable para apreciar el silencio discreto y apabullante de los jardines secos, grandes evocadores del paraíso budista en la Tierra.

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José Manuel Blázquez dividirá su investigación en tres áreas de interés principales: los bonsáis, el ikebana y la ceremonia del té. Todos ellos, casi diríamos, síntoma de dos cuestiones fundamentales del pensamiento estético japonés. Una, el mayor interés por el detalle que por el conjunto, por el trazo sugerente antes que el calco exacto; la otra, el recordatorio constante, tan en línea con el budismo, de que todo en la naturaleza es perecedero y transitorio, incluso aquello que nos esforzamos en salvaguardar de sus raíces más esenciales.

Cómo sintetizar estos dos polos ideológicos principales en la sencilla disposición de un jarrón, o la forma de tomar un vaso de cerámica entre las manos, es algo que descubriremos entre las líneas que siguen.

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