El espíritu de cualquier crónica de viajes consiste en dejarse zarandear sin resistencia por el vaivén de las curiosidades, por la extrañeza de lo nuevo, por lo escandaloso, por el shock cultural. Y, en segundo lugar, en salir de tal vaivén con la convicción robustecida de que todo en el ancho mundo es relativo, y de que tan peregrinas son para nosotros las costumbres documentadas como lo son las nuestras, para el pueblo que se visita.

Y es que viajar a Japón es sorprenderse. Frecuentemente la ignorancia o la incomprensión se recubren con el manto de la idealización o de la ironía, practicada incluso por viajeros ilustres como Pierre Loti y de Rudyard Kipling.

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Pero leer entre las líneas del pueblo japonés, como lo hicieron aquellos primeros foráneos, es también un ejercicio ligado a un espacio y su tiempo, por lo que quizás la forma de entenderlos genuinamente sea dirimir, en primer lugar, cómo son y cuáles han sido los enclaves principales del pensar y del sentir japonés.

Kioto y las huellas del wabi-sabi

Wabi-sabi: la belleza de aquello imperfecto, impermanente e incompleto. Una paradoja tan replicada como mal entendida que explica la base fundamental de la estética nipona. Gracias al refinamiento de los cinco sentidos, el wabi-sabi nos reta a apreciar el mundo que nos rodea, al desnudar nuestra experiencia, sublimándola a sus formas más sencillas, quietas y, por tanto, más delicadamente cambiantes.

Antaño, el wabi-sabi se forjó entre las vías y los jardines de Kioto, entonces capital, y de esa génesis quedan aún huellas que rastrear. El Ginkaku-ji (“el templo del oro”) posee, ya en el intenso aroma del musgo que reposa en sus jardines, la prueba de que todo crece, lentamente, hasta alcanzar el esplendor.

Los sabores sutiles y refinados de las ceremonias del té oficiadas en la ocha-ya En son otro de los recovecos donde el wabi-sabi ha perdurado, casi inmutable, a lo largo de los siglos. Y, ¿qué decir de la calculada asimetría de las rocas del jardín seco de Ryoan-ji?

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Cuatro conceptos clave del pensamiento japonés

  • wa armonía: la unión del individuo con sus allegados y con la naturaleza;
  • kei respeto: la gratitud respecto al mundo que nos rodea;
  • sei pureza: la limpieza y el orden, espiritual y físico;
  • jaku tranquilidad: el resultado de cultivar los tres principios anteriores.

El archipiélago de las Ryukyu, torrente de historia

El acervo de islas concentrado alrededor de Okinawa, entre Japón y Taiwán, respira a un ritmo distinto al resto del territorio nipón, como si el tiempo pasara diferente al rodearse por completo de mar. No en vano, los nativos poseen un aura de tranquilidad insigne, regada en abundancia por el clima subtropical.

Las 160 islas, la mayoría simples formaciones de coral deshabitadas, fueron durante siglos un territorio independiente del resto de Japón: los veladores de este conjunto de islas paradisíacas, los Uchimanchu, poseen una historia, cultura, idioma y legado únicos. Sin embargo, la historia de Okinawa no puede desligarse de las influencias foráneas, que se sobrevinieron naturalmente gracias al comercio con China, Japón y los vecinos del sureste asiático.

A la vez, las islas quedaron marcadas por las terribles pérdidas y bajas acontecidas durante la Segunda Guerra Mundial, cuando allí murieron más de 100 000 civiles como parte de una estrategia bloqueadora del ataque aliado. En Okinawa se encuentran el 75% de bases militares estacionadas en Japón.

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El crisantemo y los bárbaros: japoneses, extranjeros

Los jesuitas, aquellos primeros viajeros

Es un hecho universalmente aceptado que los primeros visitantes occidentales fueron los misioneros jesuitas, los cuales, sabiamente convencidos de que la obra evangelizadora pasaba por comprender el alma y las costumbres de los japoneses, aprovecharon su estancia en la segunda mitad del siglo XVI para legarnos con veracidad y perspicacia un formidable corpus de noticias.

El interés genuino por la cultura del país, así como la base directa, analítica y racional (y no fantasiosa e indirecta como la de Marco Polo) hicieron de los jesuitas fundadores de lo que entonces se conocía como Çipangu o Cipango. Los portugueses Luís Fróis y João Rodríguez, junto con el napolitano Alexandro Valignano, destacaron como agudos observadores extranjeros de la realidad nipona. Fueron pioneros.

El cristianismo en Japón

El jesuita Francisco Javier (1506–1552), Zabieru para los locales, fue el primer misionero cristiano en llegar a Japón en 1549. La amplia aceptación del credo foráneo, extendido desde Kagoshima hasta Hirado, Yamaguchi y Oita durante tres años, provocó la irritación del gobierno feudal.

El fraile tiene en elevada estima a los japoneses, de quien elogia una extraordinaria calidad humana. Además, destaca su honorabilidad y un alto grado de alfabetización. Según cuentan sus palabras, no roban, ni se pierden en los juegos de azar.

El cristianismo sería pronto castigado con la muerte. En Yamaguchi pueden encontrarse numerosos enclaves relacionados con kakure kirishitan, o cristianos ocultos: son, por ejemplo, las tumbas repartidas por el monte Shibuki, cerca de la ciudad de Hagi.

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Sado, un país virgen

Existe un lugar todavía inexplorado para el visitante occidental: la franja del mar de Japón que se abre entre Honshu y el continente asiático. En esta zona se halla Sado, la isla más alejada de los centros neurálgicos del país y, por su inaccesibilidad, lugar de exilio de políticos e intelectuales contrarios a los sucesivos regímenes al poder.

Hoy en día Sado es un retiro isleño, famoso por su vivaz banda de tambores taiko y por la Celebración de la Tierra, un festival o matsuri en honor a la naturaleza en abundancia celebrado en la ciudad de Ogi a mediados de agosto. Las increíbles vistas, sumadas a una tradición gastronómica vitoreada por los excelentes pescados, arroces y sake, convierten a la isla de Sado en un paraíso en la Tierra.

Parece que solamente en sus orillas pueda sentirse la presencia de aquellos ocho millones de kami que despertaron a la diosa Amaterasu de su velado letargo.

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VOLUMEN X: EXPERIENCIAS DE AUTOR, CRÓNICAS Y VIAJES

Para comprender qué suelo pisamos en nuestro viaje a Japón, una buena guía nos será útil hasta cierto punto. Nada mejor que leer con detenimiento las palabras de sabios que han sabido vivir en Japón, para completar los huecos inabastables que el librito deje. Para descubrir más crónicas de viajes de autor, te recomiendo comprar el volumen X de Japón, el archipiélago de la cultura. En Amazon, lo encontrarás al mejor precio.

Para introducir el último, y quizás más personal, fascículo de esta gran obra, nos permitimos citar un fragmento de la magnífica introducción de Noni Lazaga: «A veces uno piensa que el conocimiento del idioma pueda matizar o disminuir el asombro del viajero primerizo cuando no conoce la grafía y recorre el país, como quien se halla en un juego de la búsqueda del tesoro.

Sin embargo, el resultado, una vez instruido en el idioma y la grafía japonesa, es el contrario. El asombro aumenta y se establece como premisa. Es así como el juego de la búsqueda del tesoro se transforma en otro, no menos entretenido, en el que uno siente que se abren esas puertas correderas o shoji que lo llevan de una estancia vacía a otra sin que parezcan tener fin.

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Y en ese enigma que es todo y es nada, nuevamente abrir los sentidos y dejarse llevar es una manera de introducirse en la cultura japonesa para disfrutar del viaje exterior e interior que supone». Para con este enigma del todo y la nada, hemos reunido a algunos de los mayores autores de referencia en el mundo del periodismo, el ensayo y la ficción, y les hemos dado barra libre para que escribieran sobre su relación con el país del sol naciente.

Algunos son duchos viajeros y japonófilos, otros acaban de arribar, con nombres de la talla de Carlos Rubio, Fernando Sánchez Dragó, Francisco López-Seivane, Haruko Hosoda Kawase, María Dueñas, Javier Reverte, Luis Pancorbo o José Antonio de Ory. Han seleccionado cada uno de ellos un punto de interés sobre el que arrojar una luz nueva, personalísima, en ocasiones entusiasmada, otras ácida, incluso íntima.

Quizás, con la ayuda de su mano experta, podamos rehuir el deseo de comprensión que negaba Lafcadio Hearn y podamos, finalmente, abandonarnos a las emociones que la tierra de Wa nos despierte.

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