Las religiones en Japón: Ecos en el tiempo

En el avanzado Japón, la suma de templos y santuarios triplica la cifra de tiendas de 24 horas. En el moderno Japón, incluso los registros de habla (keigo) vienen moldeados por principios confucionistas. Sin embargo, cuán lejana queda la idea de religión para los practicantes más férreos del mundo…

Otra bella paradoja, Japón es el único país con más creyentes que habitantes. En 2016, eran 182 millones entre solo 126 millones de cabezas. Naces japonés, pero también budista, y sintoísta. Quizás te cases: lo harás por la Iglesia. Rezarás cada vez que cruces un portón rojo (torii) y, sin embargo, te considerarás profundamente irreligioso hasta el final de tus días.

Imposible vislumbrar el sentido del sincretismo de las religiones en Japón sin antes dar cuatro pinceladas acerca de la naturaleza y la evolución de los credos que lo componen.

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Sintoísmo: la religión originaria

Sin un mito fundacional fechado, los primeros indicios de una creencia animista en Japón datan de tiempos prehistóricos. Esta consistía en un surtido de leyendas que explicaban desde el nacimiento del mundo, a manos de Izanami e Izanagi, hasta la instauración de las primeras dinastías.

El sintoísmo venera a los fenómenos naturales, deificados bajo el nombre de kami: desde las tormentas, montañas o astros hasta la misma muerte, cuyos portadores son llamados shinigami. Pero el romántico respeto a la naturaleza es solo una de las muchas caras de este credo. Con ellos, viven los ujigami, ancestros de los clanes, y los kami de humanos célebres, tales como grandes guerreros o líderes.

Hacia un sintoísmo de Estado

Que el sintoísmo se convertiría en una herramienta de legitimación y propaganda política era, hasta cierto punto, previsible. Lo era ya desde sus inicios, cuando en 712 la Emperatriz Genmei encargó la catalogación de aquel humus mítico fértil bajo la forma del Kojiki, una primeriza Historia del país que compendia estudio y cuento con una alegría aplastante.

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Curiosamente residirían la mayoría de kami en la corte imperial, que designó al emperador como líder espiritual del Estado, descendiente directo de los dioses. El emperador Hirohito renunciaría a su ascendencia divina tras la ocupación estadounidense de 1945, pero el carácter folclórico del sintoísmo aseguró su continuidad hasta el día de hoy. Vienen del sintoísmo:

  • los matrimonios tradicionales japoneses;
  • los altares domésticos kamidana;
  • los festivales matsuri.

También los populares talismanes que cuelgan de los bolsos de la mayoría de japoneses y que aseguran buena salud, éxito en los negocios, seguridad al volante, etcétera. Igual que los kami poblaban indetectados los rincones de nuestro mundo, el sintoísmo no puede disociarse de la vida cotidiana y del pensamiento japonés en general.

Budismo: de la letra al pueblo

Nació en India, en el siglo VI a. C., pero no llegaría a Japón hasta el siglo VI d. C., como regalo de Baekje, rey de Corea. Desde su importación, el budismo de la rama mahayana sería increíblemente popular entre las clases nobles, fascinadas por un sistema de pensamiento enriquecido por siglos de existencia.

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Sin embargo, su popularización no tendría lugar hasta 1175, con la fundación de la Escuela Tierra Pura (la secta Jodo), que simplificaba muchísimo las intricadas bases de su doctrina filosófica y prometía la salvación a todo aquel que reverenciase los preceptos del Buda Amida.

Aunque Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi prohibieron y atacaron a los templos budistas en el siglo XVI, por ser incómodamente poderosos, y a pesar de los ataques continuados del posterior gobierno Meiji, el budismo no llegó nunca a extinguirse.

Una religión espiritual y a medida

Quizás haya garantizado su continuidad el amplísimo abanico de escuelas en su seno, una para cada clase social: las sectas Tendai y Shingon, venidas directamente de China, la escuela Zen, muy popular entre los altos cargos militares, o la secta Nichiren, intransigente respecto a otras ramas pero muy seguida en la actualidad.

Hoy día, aunque unos 90 millones de japoneses se consideren budistas, solo el entierro se practica según los ritos mahayana (en el sintoísmo, la muerte es tabú). Más hondo han calado:

  • la insistencia en una moral práctica;
  • una ética orientada a las relaciones humanas;
  • la veneración de los ancestros.
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Los otros: confucianismo y cristianismo en Japón

En número de creyentes, uno y otro siguen –muy de lejos– a las dos religiones principales de Japón. Sin embargo, solo el confucianismo ha calado profundamente en la moral nipona, mientras que el cristianismo se reserva a la celebración.

En gran parte, esto se debe a la mano de Tokugawa Ieyasu, que estableció la doctrina de Confucio como base exclusiva para el sistema educativo durante el período de encierro nacional (sakoku). Doscientos años harían mella en la sociedad japonesa, que de esta religión china ha incorporado valores como la armonía familiar y social, o la piedad filial: las bases del conocido respeto japonés.

Desde su llegada al archipiélago con los jesuitas portugueses en 1549, el cristianismo había sufrido los ataques constantes de los gobiernos de Hideyoshi y Tokugawa. Los cristianos ocultos (kirishitan) fueron duramente perseguidos hasta el decreto de libertad religiosa que promulgó la era Meiji.

Hoy día, solo un 1% de japoneses cree en Dios, pero las costumbres nupciales cristianas (casarse de blanco y con anillos, en capillas) son las más populares. También celebran la Navidad, claro, y San Valentín, aunque no sean festividades oficiales. Cualquier excusa es buena para regalos y decoraciones.

Entre la profunda irreligiosidad y un sincretismo de postalita

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Japón es sincrético, ha alcanzado un ideal de convivencia religiosa que resulta del todo incomprensible para los practicantes del cristianismo occidental. Quedará, eso sí, un último eslabón a corroborar, antes de fascinarnos por la armonía doctrinal del país. Resulta que, en la vida cotidiana japonesa, los valores religiosos tienen más peso simbólico, social, que moral o existencial.

De hecho, si hubiéramos que atender al concepto occidental de credo, sería Japón un país profundamente irreligioso (sin devoción, que no ateo), totalmente emancipado a la práctica de la espiritualidad que habitualmente atribuimos a la naturaleza y la energía del ki.

Los japoneses andan demasiado ajetreados, demasiado urbanizados, para creer en los kami del bosque, y para el pópulo las formas del budismo perviven solo bajo la forma de apps de wellness. Disuelto en una cotidianidad incuestionada, el sincretismo japonés se aleja de la concordia de postalita que hemos proyectado desde Occidente. Quizás, en definitiva, seamos nosotros los que necesitamos con urgencia aspirar a un futuro donde la convivencia sea posible.

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Descubre Japón | Tierra de Wa: un intento de aproximación

VOLUMEN II: RELIGIÓN, LA ARMONÍA ESPIRITUAL.

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La espiritualidad profunda de muchos japoneses, de todos los tiempos y generaciones, es conocida con la expresión de «Nihonjin no kokoro no furusato» (las raíces originales del corazón japonés). Federico Lanzaco Salafranca

El corpus de creencias que constituye la (ir)religiosidad japonesa y el sistema de pensamiento que se ha edificado a su alrededor serán el centro de este segundo volumen.

Alfonso Falero y Kiyoshi Shimada introducirán la que quizás es la base de todo el ser espiritual nipón: la naturaleza y el kami, fuerzas básicas sobre las que se yergue su estricta ritualidad y, aún hoy día, gran parte de su imaginario cultural. Los mismos autores responderán a este humus con un estudio sobre la historia y el estado de la que es habitualmente considerada la religión autóctona por antonomasia, el sintoísmo.

No es, ni de lejos, la única: a su lado, el budismo y el Zen han imperado desde hace siglos; así lo describirá Raquel Bouso, que firmará a continuación un interesantísimo texto sobre la influencia poderosa del confucianismo como gran forjador cultural.

La sociedad nipona es profundamente sincrética, así es que su pensamiento se haya nutrido de las corrientes filosóficas más dispares, pero, como arguye la académica Montserrat Crespín, curiosamente nunca haya sido reconocido al mismo nivel que su creación artística.

No pasará lo mismo con el concepto de ki, expandido por todo el planeta, pero profundamente inexplorado en sus raíces culturales, lo cual desentraña con solvencia Moe Kuwano en su artículo al respecto.

Si, como veremos, el ki es la energía de lo corpóreo, nada mejor que cerrar este recorrido con una última mirada, la de Raquel Bouso, a la forma en que la energía de la naturaleza rodea el cuerpo japonés, individual y colectivo, de forma espontánea y sorprendente.

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